Eduardo Garcia Langarica
Presidente de la Federación de
Asociaciones de Medicus Mundi en España
Un niño de tres años ha
conseguido lo que hasta hace poco parecía imposible: el fin de la indiferencia
ante el drama de los refugiados que llaman a las puertas de Europa. Y de paso,
puede haber acabado con el mercadeo insoportable de números, que son personas,
que cada país estaba dispuesto a recibir.
Se llama Aylan y tenía tres años.La
imagen de su cuerpo tendido, muerto, en la arena de una playa turca ha golpeado la conciencia y el corazón de esta Europa que, con su Nobel
de La Paz a cuestas, solo es capaz de demostrar la hipocresía que la gobierna. Esta
Europa fortaleza, donde nuestros mandatarios parecen querer mantenernos
encerrados como rehenes, que se gasta en cinco años casi tres veces más en alambradas
que en ayuda a refugiados. Esta Europa irresponsable que tira la piedra y
esconde la mano en Libia, en Siria, en Egipto, en Irak, donde ha promocionado
guerras y flirteado con golpes de estado en función de sus intereses
geoestratégicos, energéticos o de minerales, o delos de su aliado
norteamericano.

Se cuentan por miles los muertos
en el Mediterráneo (el nuevo Mar Muerto lo ha llamado alguien), y no contamos
los que no han llegado a él porque se han quedado por el camino, en las costas
de Libia o en Gibraltar y, ahora, entre Turquía y Grecia. Entre tanto, los
gobiernos europeos miraban hacia otro lado, haciéndonos creer que los únicos
culpables de esta crisis son los infectos contrabandistas de personas, obviando,
como si hubiéramos estado inmersos en una amnesia colectiva, quiénes y por qué
les echaron de sus casas y quiénes y por qué les cierran las puertas.
Mirar hacia otro lado no es
responsable. La Europa de las personas, la humanista, la que queremos construir
sobre principios y valores, la inclusiva y hospitalaria, la de los derechos
humanos, no debe ni puede permitirse dimitir de la obligación que tiene para
quienes reclaman un derecho que les asiste, el derecho de asilo. Las personas
que llaman a nuestra puerta no son los culpables de esta crisis, como a veces
se ha dado a entender, son las víctimas. Europa tiene el deber de auxiliar sino
quiere que la historia le asigne el papel de verdugo.
Esperemos que ahora no pretendan que distingamos entre los que huyen de la
guerra y los que lo hacen de la pobreza, como si la miseria fuera diferente,
como si la necesidad de una vida digna de ser vivida fuera diferente, como si
las causas de una y otra fueran distintas. Porque no solo es un problema de
solicitantes de asilo.Europa, además de un lugar seguro rodeado de países en
conflicto,es una tierra rica que hace frontera con mucha miseria.
Una vez más, la foto de un niño,
Aylan, ha sacudido nuestras conciencias como aquellas otras, en los 80, de
niños etíopes o biafreños muriendo de hambre. Ahora, como entonces, ha sido la
ciudadanía quien ha puesto corazón a una realidad insoportable. Ahora, como
entonces, la ciudadanía se moviliza y mira a las ONGs, maltratadas, dicho sea de
paso, por gobiernos como el nuestro. Donar a una ONG o a quien sea está bien,
pero no es suficiente. Debemos ir un poco más allá y pasar a la acción política
si queremos poner fin a esta Europa que,
gobernada por los mercados, ya no es solidaria ni con sus propios ciudadanos.
Debemos exigir a la Unión Europea
y a los gobiernos de todos los estados que respeten y defiendan los derechos
humanos, que dediquen más recursos a la cooperación al desarrollo, que dediquen
más recursos y un cambio radical en la política de asilo.Pero lo que de verdad
es urgente y, sobre todo muy pertinente, lo que es primordial y verdaderamente
transformador es ir a la raíz del problema:la guerra. Y, ya puestos, exijamos que
nuestros gobernantes acaben con las políticas militaristas, comerciales,
energéticas y económicas que obligan a miles de personas a huir de sus casas,
buscando una vida que merezca la pena ser vivida y a la que, por otra parte,
todos deberíamos tener derecho.